Hoy se cumple un año. Lo recuerdo como si hubiese pasado ayer, el instante en el que lloraba sobre tus rodillas con incertidumbre, con dolor, con miedo, y con una insuperable impotencia. Recuerdo ese sentimiento de vacío en el momento que hacía las valijas, en el que ese cocktail de sentimientos invadían mi mente. Ese instante, en el que junte todo lo que conocía en un llanto sin pausa con la certitud de que ya no habría vuelta atrás. Cerré la puerta, me despedí, roce tu boca por última vez, y me juré no dejarte ganar ni una más.
Te odiaba, te amaba, te quería lejos, pero me hacías falta. El tiempo me hizo sufrir, pero fue convirtiendo mis heridas en piedra, mi corazón en hielo, y mi cabeza en un tirano. Aprendí, y vaya que sí aprendí. Ese lapso de un año me obligo a conocer otro lado de mi, me hizo abrir los ojos a la fuerza y me mostró había salido viva después de haber vagado en un laberinto oscuro con los ojos tapados.
